martes, 10 de junio de 2008

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martes, 3 de junio de 2008

El perro fantasma

Un día, mientras caminaba hacia mi casa, se me apareció un perro que me miraba con uno ojos muy bonitos, pero yo no presté mucha atención; seguí caminando y oí algo, al voltear vi que el perro iba tras de mí, así que lo espanté y continué mi camino. Volví a escuchar el ruido, volteé nuevamente y ahí estaba el perro, me pareció más chico que la vez anterior, lo volví a espantar, caminé más rápido y cuando iba a llegar a mi casa escuché un ladrido, volteé y el perro me dijo: “Dame algo de comer por favor o moriré de inanición ¡por favor, te lo suplico!” Yo me espanté mucho y dije: “Aquí no tengo nada de comer pero entraré a mi casa y traeré comida.” El perro se quedó ahí mientras yo entré a la casa, tomé una tortilla, salí y se la di, él la comió y después me dijo: “Gracias, en vista de esto te concederé un deseo.” Yo lo pensé y se lo iba a decir cuando me dijo: “Cierra los ojos y dímelo a la oreja, pero no abras los ojos hasta que yo te diga: ya.” Yo le susurré el deseo, cerré los ojos y el dijo “¡ya!” Cuando los abrí él ya no estaba… ¡En su lugar había una bolsa con palomitas!

Galletas vs. Papitas

Una noche, mientras don Marcos cerraba su tienda, algo raro pasó, llegó una viejita que le dijo: "¡Nooooo! No cierre esa puerta. Yo los he visto. Ellos cobran vida y arman relajo. Esas chatarras cobran vida.” Don Marcos no entendió y cerró la puerta. Debió haberle hecho caso a la viejita porque al día siguiente se encontraría frente al caos. Dentro de la tienda cerrada, poco a poco todo cobraba vida. Las que se despertaron primero fueron las pasitas con chocolate, después los chicles, luego los jugos, y al final las galletas y las papitas, que tenían un gran conflicto entre ellas. Siempre discutían por cosas como a quien compraban más, o quienes eran más sabrosas. Pero ese día era especial porque harían torneos. Eran Galletas vs. Papitas: la competencia del año. Las galletas habían estado entrenando para ganar, al igual que las papitas. Y poco a poco se iba acercando la hora de competir, así que todos se reunieron en el centro de la tienda y dieron inicio al torneo. Si las galletas ganaban una prueba, la siguiente la ganaban las papitas, y así sucesivamente hasta que quedaron empatados 10 a 10. La competencia se había extendido. Con la última prueba se definiría todo, ésta era de rapidez, pero ambos bandos, tanto las galletas como las papitas, no tomaron en cuenta que sus dos representantes se llevaban muy bien y no querían competir el uno contra el otro. Así que ellos, los contendientes hablaron cada uno con su grupo y se hicieron las paces, pero había un problema: ya iba a amanecer y la tienda entera estaba hecha un caos.

El cuarto de los zapatos

Una tarde, al regreso de la escuela encontré que la puerta de mi cuarto estaba cerrada, había un extraño resplandor alrededor de ella. A pesar de todo la abrí, di un paso y caí en un tobogán que me llevó a un cuarto lleno de zapatos de muchos colores, formas y tamaños. Caminé y me topé con un espejo que me dijo: “Esto sólo pasa una vez, cada diez años y siempre es en diferentes lugares. Sólo puedes elegir un par de zapatos. Hazlo y tómate tu tiempo...” El espejo desapareció antes de que le pudiera decir algo. Así que miré a todos los zapatos y vi un par de tenis negros decorados con brillos y cordones rosas. Me acerqué, los tomé y al hacerlo, otra vez caí en un tobogán que ahora me llevó a mi cuarto. Volteé hacia mi cama y ahí estaban los tenis.

Tarde

El caballero llegó tarde a salvar a la princesa encerrada en el frasco: el alma de la princesa ya se había ido al cielo. El dragón enfurecido mató al caballero. Fin.

¡Gracias libros!

Una noche muy fría, Martina aún no terminaba su tarea: buscar palabras agudas en el diccionario. Parecía sencillo pero era muy tardado. Ella ya estaba cansada y triste porque ya no le daría tiempo de leer sus libros de cuentos, fábulas, historias y leyendas que a ella le encantaba leer. Martina miró el reloj de su buró. ¡Eran las 11! Su mamá entró a su cuarto y preocupada le dijo que se durmiera, que ella la despertaría antes de la hora acostumbrada para que terminara la tarea. Martina se levantó de la silla, se lavó los dientes, se puso su pijama y se fue a acostar. Durante la noche los libros cobraron vida, de la pasta salieron pequeñas piernas y brazos delgados que tomaron lápices y entre todos pronto ayudaron a terminar la tarea de Martina.


Al día siguiente, la mamá de Martina la despertó muy temprano. Entonces Martina vio que la tarea estaba hecha. Al revisar su cuaderno se cayó una nota que decía “Querida Martina: Nosotros te ayudamos a concluir la tarea. Atentamente, tus libros.” Ella, contenta, gritó: “¡Gracias libros!” Y el tiempo que le quedó libre lo ocupó para abrazar a cada uno de sus libros. Luego tomó sus cosas, guardó la tarea en su mochila y se fue a la escuela.

lunes, 2 de junio de 2008

El pianista, el sastre y las locas.

Había una vez, en un lugar llamado Achahuahuilco, un famosísimo pianista que era un cacomiztle; él daba pocas funciones, pero todos los demás animales pagaban lo que fuera por escucharlo, porque tocaba hermoso. Sucedió un día que llegaron a su casa una búha y una garza, según ellas eran sus más grandes admiradoras. Y sin pedir permiso entraron a su casa y pasaron de cuarto en cuarto diciendo: “Ay, pero qué bonito jarrón, yo lo quiero.” “Ay pero qué bonito sillón, yo lo quiero.” Y así se fueron de cuarto en cuarto, de cosa en cosa… Hablaban con una tonada tan simpática, que al pianista se le ocurrió una nueva pieza musical con esa tonada. Todo iba bien hasta que llegaron a la recámara del pianista, entonces ellas se acercaron al closet y cada una agarró una hoja de la puerta y de par en par, lo abrieron y al mismo tiempo dijeron: “¡Ay, ay, ay, qué traje tan bonito! Yo lo quiero” Y las dos lo jalaron gritando: “Es mío”, “Yo lo vi primero”… En algún momento lo jalaron con más fuerza y lo rompieron. “¡Nooooo! –gritó el cacomiztle-, es el traje que iba a usar dentro de una semana.” Entonces la búha y la garza dijeron: “Conocemos a un sastre muy bueno, es el águila ¡ve a verlo!” Entonces el cacomiztle fue a casa del sastre y tocó a la puerta. Toc, toc, toc. "¿Quién es?" Preguntó una voz desde adentro. "Soy el famoso pianista Cacomiztle." Se abrió la puerta rápidamente. “Pasa, pasa” –dijo muy emocionado el sastre Águila-. "Necesito que me arregles mi traje" –dijo el cacomiztle-. "Lo siento pero ahora no puedo, la semana que entra se casa doña Pava y el vizconde Guajolote, y ahora estoy muy apurado…” "Pero es urgente" –dijo suplicante el cacomiztle. "Bueno, lo haré, pero sólo si me tocas unas melodías." El cacomiztle aceptó con mucho gusto y tocó las piezas mientras el sastre alegremente le confeccionaba su traje.